La técnica que utiliza se llama “isótopos estables”. Colabora con el Equipo Argentino de Antropología Forense.
Tomar un vaso de agua puede ser una acción trivial o algo muy elocuente: la composición de oxígeno del agua difiere según la zona -la cantidad de neutrones que tienen los átomos de oxígeno son distintas, por ejemplo, en el agua de Quequén que en el de Ushuaia o el de Capital Federal-, y esa variación se graba en partes del cuerpo como uñas, pelos, dientes o huesos. Caracterizar a las moléculas de agua que quedan impresas en los tejidos de un cuerpo, entonces, puede ser una pista crucial para inferir su lugar de origen. La técnica, conocida en la jerga científica como análisis de isótopos estables -muy utilizada en biología y arqueología-, comenzó hace pocos años a implementarse en el área forense. El biólogo del CONICET Luciano Valenzuela –integrante del Programa Nacional Ciencia y Justicia- la aplica desde hace dos años en casos del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) en los que colabora.
“Cuando conocí la técnica diez años atrás me fasciné”, recuerda el científico, que se desempeña en el Laboratorio de Ecología Evolutiva Humana (LEEH) de la Unidad de Enseñanza Universitaria Quequén que depende de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional del Centro (UNCPBA). “A mí me interesa indagar en cosas nuevas, no me gusta trabajar siempre en lo mismo, y esta técnica me abrió una puerta para colaborar con mucha gente: con arqueólogos, antropólogos, ecólogos, nutricionistas, y ahora en la última aplicación, la antropología forense”.
En rigor, el ejemplo del oxígeno no es el único: de todos los elementos químicos de la tabla periódica -el nitrógeno, el carbono, el hidrógeno, el azufre- existen variantes según la cantidad de neutrones que tengan en el estado sólido, líquido o gaseoso en el que se encuentren. “En la tabla periódica vemos un solo elemento, pero la verdad es que existen muchos tipos de hidrógeno, muchos tipos de nitrógeno, muchos tipos de oxígeno. Esas variantes se llaman isótopos –explica Valenzuela-. Algunas de esas variantes son radioactivas, es decir que cambian con el tiempo, y otras son estables: no cambian. Con esas versiones trabajamos: con los isótopos estables”.
La técnica de isótopos estables no solo sirve para determinar el lugar de origen de restos humanos: también permite a los científicos conocer información sobre la dieta o las migraciones que haya realizado un cuerpo. Ahora Valenzuela está abocado a trazar un mapa de todo el país de los valores isotópicos del agua de la canilla que se consume en las distintas regiones, y de muestras de cabello y dientes. “Los isótopos estables cambian con el paisaje: por eso, para hacer una asignación a una región de origen, tenemos que saber cuáles son los valores isotópicos del agua de cada lugar de Argentina. Ahora estamos en la etapa de ciencia básica, recibiendo muestras y haciendo viajes para colectarlas a ciudades de menos de 100 mil habitantes que estén a más de 50 kilómetros de distancia, porque a menor distancia los isótopos del agua son muy parecidos”, explica. Cuando el proyecto esté terminado, Valenzuela tendrá noción de cómo son los isótopos estables del agua de todo el país. Con esa información, el camino para identificar restos humanos estará prácticamente allanado.
Un largo camino desde las ballenas
Cuando Valenzuela comenzó a especializarse en isótopos estables -durante su doctorado como miembro de la ONG Argentina Instituto de Conservación de Ballenas- la técnica todavía estaba muy alejada de los estudios forenses. Fue hace más de diez años. Su objeto de estudio de ese entonces eran las ballenas francas australes de la Patagonia. Lo que Valenzuela hacía era medir isótopos estables en la piel de estos animales, además de hacerles análisis de ADN. Con la información que le brindaban esos estudios, descubrió algo que no se sabía hasta entonces: que las ballenas francas de la misma familia tenían la misma señal isótopica, es decir, que se alimentaban en el mismo lugar. “Básicamente pudimos probar por primera vez que las ballenas madres enseñaban a sus hijos e hijas a ir a un mismo lugar de alimentación, y que esas crías hacían lo mismo con sus hijos e hijas, así generación tras generación: mantenían las áreas de alimentación. Fueron los marcadores isotópicos los que nos permitieron hacer esa inferencia indirecta acerca de dónde se alimentaban”, recuerda el científico. Lo que continuó siendo una incógnita con el tiempo, y sigue como un signo de interrogación para la ciencia, fue la ubicación exacta de ese lugar donde se iban a alimentar: “Cada familia de ballenas elige un área de alimentación distinta y eso se mantiene, pero aún hoy no podemos saber exactamente dónde es. Sabemos que las ballenas francas se van a alimentar alrededor de Antártida, cerca de Malvinas y Georgias del Sur, y nada más”, comenta.
Años después de aquella primera experiencia con isótopos estables, las vueltas de la carrera de Valenzuela hicieron que utilizara esa misma técnica a un trabajo forense. Fue durante una estadía que realizó en Estados Unidos. Se habían hallado restos de una chica: pelo, huesos, partes de un cuerpo que, como no había podido ser identificado, fueron archivados como un caso irresuelto más. Quedaron en suspenso durante un lapso de cinco años. Hasta que un investigador reflotó el caso y lo llamó a Valenzuela y el equipo con el que trabajaba y le pidió que midieran los isótopos estables en muestras de pelo, dientes y huesos de ese cuerpo. “Pudimos medir isótopos estables de oxígeno carbono y nitrógeno de los tejidos y logramos reconstruir los últimos dos años de viajes de esa persona. Pudimos ver dónde había viajado, también llegamos a saber dónde había crecido, por los dientes, y así fue como se acotaron mucho las bases de búsqueda de personas perdidas. Finalmente se logró identificar a esa persona”, recuerda Valenzuela. “Lo más emocionante fue que la familia pudo restituir sus restos. Para nosotros, los científicos, que estamos tan acostumbrados a publicar papers, tener un efecto tan directo sobre la realidad es algo increíble. Fue una satisfacción poder contribuir desde la ciencia, con unos análisis muy sencillos, a restaurar algo de esa familia”.
Ese fue el puntapié para que Valenzuela, una vez que estuvo de regreso a la Argentina después de su estadía en Estados Unidos, en 2013, se dedicara de lleno a aplicar la técnica de isótopos estables al área forense. “Cuando volví en Sudamérica lo forense era un campo todavía inexplorado, así que me pareció que era el aporte más grande que podía hacer como científico”. Desde entonces colabora con el EAAF. Ya analizó cuatro muestras que le enviaron de dientes y huesos de personas no identificadas. “A través del diente, puedo ver reflejado el origen y el alimento de cuando esa persona era joven. A través del hueso, puedo reconstruir sus últimos años de vida. Yo lo que les reporto es: dónde pudo haberse criado esa persona no identificada, qué alimentación tenía, y luego si en sus últimos años de vida, al medir sus huesos, vivía en la misma región o sufrió alguna mudanza, o si comía algo distinto: en definitiva, si hubo algún cambio en la vida”, resume el científico.
El plan, a partir de marzo, es consolidar la colaboración con el EAAF para generar mapas precisos de valores isotópicos de agua y tejidos humanos que ayuden en la resolución de distintos casos, desde enterratorios comunes hasta feminicidios. “Ellos tienen restos que no han podido identificarse todavía. Esta técnica permitiría al menos incrementar el perfil biológico de ellas: no solo saber el sexo, la edad, la altura, sino tener información geográfica del origen de estas personas”, confía Valenzuela, que cuando mira en retrospectiva aun no puede creer cómo llegó, desde su sueño de querer estudiar los delfines y las ballenas como biólogo, a analizar pelos o dientes de un cuerpo humano. “Pensarlo siempre me causa una reevaluación de mi carrera. Nunca me imaginé que iba a llegar a este punto, y lejos de arrepentirme, cada día me interesa más”.
Nota de Cintia Kemelmajer